lunes, 9 de junio de 2014

insomnio


Viendo que la noche no causaba cansancio, empecé un periplo literario incesante. Después vino la imagen, la búsqueda y las conexiones. Nada, absolutamente nada unía una frase de X con la de Y. Pero eran coherentes, pero se leían de corrido, pero....pero me interesaban. Apabullaron mis raquíticas neuronas con una cantidad exhorbitante de frases inteligentes y complejas. Diccionario en mano traté de desnudar cada palabra, cada misterio que se escondía en ese papel pálido y prolijo. Llegué a la conclusión de que el olvido es más fuerte. No puedo contra él. Lo que hoy entiendo mañana se vuelve humo. Me martirizo porque odio esa fragilidad de la memoria De repente saltan nombres absurdos; relaciono autores y títulos. No sé más. Ni siquiera sé por qué. ¿Será que las lecturas se inoculan visualmente y se incorporan? ¿Será que se transforman sin mi permiso en ideas propias? ¿A dónde van a parar tantas letras, tantas oraciones y tantos mundos?. Entonces se lee por placer, no cabe duda. A menos que se haga un esfuerzo titánico por aprehender y memorizar. No lo sé, aún así, leo para olvidar o para recordar que olvido seguido. Leo para viajar sin pedir permiso, sin llevar equipaje; sin tener que preocuparme por alojamiento. En un segundo me inserto en una apartada región campirana el siglo XIX o en una mundo fantástico del XXII; Estoy ahí, casi como espectador, pero no, no me gusta ser eso, me gusta participar, mover los hilos, sacar conclusiones y dar giros a lo narrado. Me gusta ser parte de un mundo ajeno espacial y temporalmente. Me gusta mi libertinaje planeado; mi aventura casera y sin peligro aparente. Entrar y salir en esa cápsula de tiempo. Leer es una opción impuesta y querida. Leer es vivir muchas vidas sentada en mi cama. Leer es librar una batalla contra el insomnio que de antemano se sabe perdida.   

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