Viendo que la noche no
causaba cansancio, empecé un periplo literario incesante. Después
vino la imagen, la búsqueda y las conexiones. Nada, absolutamente
nada unía una frase de X con la de Y. Pero eran coherentes, pero se
leían de corrido, pero....pero me interesaban. Apabullaron mis
raquíticas neuronas con una cantidad exhorbitante de frases
inteligentes y complejas. Diccionario en mano traté de desnudar cada
palabra, cada misterio que se escondía en ese papel pálido y
prolijo. Llegué a la conclusión de que el olvido es más fuerte.
No puedo contra él. Lo que hoy entiendo mañana se vuelve humo. Me
martirizo porque odio esa fragilidad de la memoria De repente saltan
nombres absurdos; relaciono autores y títulos. No sé más. Ni
siquiera sé por qué. ¿Será que las lecturas se inoculan
visualmente y se incorporan? ¿Será que se transforman sin mi
permiso en ideas propias? ¿A dónde van a parar tantas letras,
tantas oraciones y tantos mundos?. Entonces se lee por placer, no
cabe duda. A menos que se haga un esfuerzo titánico por aprehender
y memorizar. No lo sé, aún así, leo para olvidar o para recordar
que olvido seguido. Leo para viajar sin pedir permiso, sin llevar
equipaje; sin tener que preocuparme por alojamiento. En un segundo me
inserto en una apartada región campirana el siglo XIX o en una mundo
fantástico del XXII; Estoy ahí, casi como espectador, pero no, no
me gusta ser eso, me gusta participar, mover los hilos, sacar
conclusiones y dar giros a lo narrado. Me gusta ser parte de un mundo
ajeno espacial y temporalmente. Me gusta mi libertinaje planeado; mi
aventura casera y sin peligro aparente. Entrar y salir en esa
cápsula de tiempo. Leer es una opción impuesta y querida. Leer es
vivir muchas vidas sentada en mi cama. Leer es librar una batalla
contra el insomnio que de antemano se sabe perdida.