La
primera vez que tienes un elefante en casa y ahora no quieres jugar
con él. Así dijo mi tía Romelia, cuando entró a la cocina y vió
sentado a Policleto, quien levantaba su trompa, mientras la mía se
paraba de rabia porque no quería jugar con él. Tenía toda la
razón, pero yo en ese tiempo era muy mulo. Así que perdí la
oportunidad de mi vida, porque unas horas más tarde llegó Don
Tiburcio a preguntar si de pura casualidad no había llegado un
elefante pequeño que se había escapado del circo. Yo le dije que
sí, que ahi estaba su mugre elefante en la sala, pisando mi
trenecito, que por supuesto ya no era tal. Policleto salió por
donde entró, sin siquiera despedirse de mí, que en mi tonto enojo
infantil, no pude vislumbrar la rareza de tener un elefante en medio
de la sala de mi casa.
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