martes, 11 de agosto de 2009


Me quedé muy quietecita, esperando que esa cachorita se moviera. Le vi su panza abultada chocar contra el tronco del árbol. Hacía una calor de la chingada y ella como si nada. Empezó con sus pinchis lagartijas y fue cuando dije, aquí es cuando, levanté cuidadosamente la cámara, enfoqué, y Zaz, tomé la foto. No, no salió. En ese justo momento, llegó mi perra a mover la bitachera, y la cachora se movió rápidamente hasta meterse en un hueco del mezquite.

Otra vez será, me dije. Y soy ahora conciente que todo en la vida requiere paciencia. Me siento aquí, afuera de la casa, esperando, usando el tiempo para eso justamente: para cazar el tiempo. Qué asunto curioso ese, verdad? Tiempo para apropiarse del tiempo, suena como una metáfora maniaca. Pero dadas mis obsesiones temporales, me resulta agradable ese asunto de perder tiempo para ganarlo de otro modo.

Qué es lo que se gana entonces? objetos? recuerdos? un espacio en la pared?

y vuelve otra vez ese gusano de la trascendencia, tan miserable es nuestra vida que queremos seguir de uno u otro modo en ella?. Parte de las religiones aplastan esos deseos, otros simplemente los ignoran o los aplazan.

Por lo pronto, estoy aquí, sentada en el patio, con un calorón, cámara en mano, esperando cualquier bicho: cachorita, colibrí, abeja, etc. algún animal desprevenido que me brinde la oportunidad de atrapar el tiempo.

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